En un proyecto de obra civil típico de nivel medio a alto, las terminaciones y acabados representan hasta el 65% del presupuesto, en algunos casos incluso más. La arquitectura minimalista se presenta como una oportunidad de mejorar el costo de la vivienda.
Lo normal es que se piense en una obra civil gris y luego dediquemos tiempo y dinero a recubrir, tapar y decorar con materiales por lo general costosos. Porque nos han impuesto que eso es bello, necesario y que de otra manera no está terminada o habitable nuestra obra.
En los proyectos civiles hay una preocupación constante por colocar acabados que aumenten el nivel de calidad de la obra en general. Lo ideal sería que generemos edificaciones y espacios tan bellos y eficientes por sí mismos, que no necesiten tanto adorno y arreglo para que sean agradables y usables. Esto requiere claro, una renuncia a lo tradicional. Una bienvenida a nuevos estilos de habitar.
¿Cómo lograrlo?
Se inicia con una gran carga creativa de los arquitectos. Le sigue un esfuerzo de los ingenieros para que la obra sea en tiempo y presupuesto eficiente. Demanda luego una mano de obra preparada, supervisada y de calidad. Continúa con que la habiten personas que entiendan el valor de los materiales en su estado natural, su sostenibilidad, y que aprecien la elegancia de una arquitectura que defiende y exponga su estructura. No que la esconda y la maquille.
Aquí es donde el diseño minimalista para la vida diaria se abre campo como una necesidad. Las ciudades crecen, el metro cuadrado aumenta exponencialmente, los espacios se reducen.
Esto da paso a un cambio de paradigma, donde cada vez más se requieren viviendas auténticas, irrepetibles, con sello propio y flexibles. Pagan muy caro los que tienen posibilidades económicas para imitar los lofts neoyorquinos y las viviendas japonesas basadas en el Wabi Sabi. Entonces por qué no usarlo de base para generar edificaciones de viviendas más allá del aspecto comercial.
Los proyectistas, constructores y promotores residenciales deben asumir el reto de diseñar viviendas accesibles pero con alto estándar de diseño. Superar los estigmas que nos anclan a los diseños tradicionales. De esta forma, poder elevar el nivel de la arquitectura y los espacios sin caer en lo austero. Sino más bien acercándonos a viviendas más sostenibles y bellas que además apoyen la parte financiera de todos los involucrados, sobre todo de los adquirientes.
Casa del Bosque © Luis Sabater Musa
Un camino inteligente
El diseño minimalista es un camino inteligente, y a la vez es un gran reto. Hay que mirar más allá de lo típicamente aceptado, y empezar a vivir diferente. ¿Acaso no son bellas las estructuras expuestas, el cemento en su color original, las columnas que muestran sus imperfecciones naturales casi escultóricas, los bloques de cemento sin empañetar, los techos crudos a los que se les ve la marca del encofrado de madera o metal, la arquitectura industrial, los lofts, las cosas simples finamente hechas?
Es posible mejorar la proporción que se dedica a las terminaciones. Cuestionémonos si queriendo siempre superar esa decoración lo que hemos logrado es alejar las posibilidades de muchos a una vivienda dignamente diseñada.
No tratemos nuestra infraestructura con discriminación, donde pasa a necesitar ser maquillada, ocultada, cambiada para que pueda encajar.
Hay mucho por aplicar. Y no por tendencia ni por carencia, sino por la conciencia de que una mejor arquitectura se puede lograr usando creatividad y permitiendo y aceptando la nobleza de los materiales menos tradicionales. Saquemos provecho de la oportunidad que nos brinda la arquitectura minimalista de mejorar el costo de la vivienda.
Seguro tendríamos una arquitectura de viviendas urbanas menos repetidas y más elevadas, más acorde y en resonancia con una generación que busca el bienestar en el lujo de una vida simple.
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