La forma en la que experimentamos el mundo tiene que ver directamente con las ideas que llenan nuestra mente. Y nuestras mentes han sido desbordadas con la idea errada de que debemos expresar nuestro estatus social por medio del viejo lujo del derroche y el exceso. Pero hoy día, en la búsqueda de experiencias más personales y únicas, lo simple es el nuevo lujo.
Uno de los grandes peligros de nuestra época es que hemos sido educados en una cultura donde la escala para medir nuestro éxito y nivel de vida es la de nuestras casas y de nuestro consumo. Se asume que quien vive en una casa más grande, más llena y decorada está en mejores condiciones.
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No cumplir este requisito social puede provocar una sensación de vacío, capaz de hacernos ver como derrotados. Puede hacernos sentir una vida insípida e insuficiente, pues se impone la fantasía de que la grandeza de tener una casa enorme y llena de cosas es más importante que una que sea eficiente y cómoda.
Vivimos en espacios con piscinas que no se usan, salas a las que está prohibido acercarse y a las que se le ha invertido mucho comprando los “mejores” muebles. Cocinas frías y calientes, donde la fría cuesta 5 veces más que la caliente, para no ser usada, solo exhibida. Preferimos endeudarnos por una propiedad más grande y pasamos diez años con ella vacía e inhabitable.
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Hay una nueva generación que de forma valiente, asume el compromiso de vivir diferente. Es minimalista, prudente, auténtica. No teme reconocer que lo que no está socialmente aceptado, nos conviene, nos ayuda, nos prospera. Ya no quiere las casas grandes muy decoradas. No se permite gastar más de lo que su presupuesto le permite porque no está dispuesta a comprometer su estabilidad económica y emocional.
Que sobrepone la experiencia y el conocimiento por sobre todo bien material. Se abre a nuevas ideas donde el verdadero valor del hombre no se mide por bienes materiales, y tanto la calidad de vida como el bienestar están representadas en una vida más relajada.
Menos es la nueva forma de abundancia.
Frente a frente a esta pandemia se encuentra una generación que resuena con valores alineados a las demandas del futuro. Reconoce que un alto grado de satisfacción puede obtenerse en espacios reducidos, pero más eficientes, prácticos, nobles y sostenibles.
Lo simple no solamente va a favor de la estabilidad de nuestro estado financiero. Nos permite usar nuestro dinero y recursos a favor de mejor calidad de vida y por tanto nos lleva a vivir con menos incertidumbre, manejar mejor nuestra inteligencia emocional y ser productivos en espacios más pequeños pero personalizados y magros.
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Parafraseo a E.F. Schumacher en su libro Lo pequeño es hermoso:
“El hombre educado no dudará de sus convicciones básicas, sus puntos de vista, su propósito de vida. Puede no estar en condiciones de explicar estos temas en palabras, pero la conducta de su vida mostrará un cierto toque de seguridad que emerge de su claridad interior”.
Eso es exactamente lo que nos brindan los espacios de alto desempeño, minimalistas y altamente eficientes. La oportunidad de conectar con nuestra claridad interior y nuestra inteligencia emocional.
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De aquí en lo adelante el consumidor educado demanda el nuevo lujo de lo simple. Porque ya la historia nos ha convencido de que más cosas no nos han hecho necesariamente más felices, ni vivir con más satisfacción. Por eso busca el nuevo lujo de casas pequeñas, mejor diseñadas, más eficientes que les brinden una mejor experiencia.
Hace sentido que quienes buscan cuidar el medio ambiente, cuidar sus finanzas personales, emprender de manera audaz, abogar por una sociedad más inclusiva, enfrentando estigmas sociales por una vida más justa y menos pretenciosa, quieran también vivir de manera simple, inteligente, con mayor calidad.
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¿Por qué lo simple es un lujo?
En una sociedad corroída por el exceso, el nuevo consumidor reclama su notoriedad como persona, no como poseedor de cosas. Reclama su participación con su responsabilidad social, ambiental y ética. Reclama también la elegancia de la elocuencia, de lo básico, la plenitud de una vida sin excesos.
Hotel AKA Patagonia| © Fernanda del Villar
El lujo ya no está marcado por un producto sino por un pensamiento, por una ideología integral.
En este momento, renunciar a lo socialmente aceptado es un lujo para valientes, personas con coraza gruesa, libre, que sean grandes por sus valores y principios. Por sus conexiones emocionales con su entorno y su gente, por su forma de vivir. Serán los que dirigirán el mundo, los que hoy se den el lujo de vivir de manera simple.
| Imagen de portada: Bongkarn Thanyakij en Pexels
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